Democracia Made in USA

Fernando Prats
5 min readOct 20, 2020

A pocos días de la elección en los Estados Unidos de América, podemos decir que nos encontramos ante una gran paradoja: en el país que desde el siglo XIX reconoce como su Destino Manifiesto exportar los valores liberales y el régimen democrático de gobierno a todo el mundo como una suerte de “misión civilizadora”, el voto popular ha perdido relevancia casi hasta el punto de ser un factor insignificante. Nadie duda que la gran mayoría numérica de los electores se inclinarán por la fórmula demócrata. Sin embargo, esto está lejos de asegurarle a Biden la Casa Blanca. No parece algo fuera de lo común que esto se dé en un sistema electoral que precisamente se funda en el voto de los estados y no en el voto popular. Sin embargo, una serie de tendencias que, si bien no nacen con Trump, se acentuaron profundamente durante su administración, generan un clima muy particular en torno al 3 de noviembre. En este sentido parece probable que, independientemente de cual fuera el resultado, el partido opositor acuse al ganador de “fraude” poniendo en duda la legitimidad de los comicios.

¿Qué la hace tan impredecible?

La existencia de estados marcadamente “rojos o azules” (en la que cada partido tiene una victoria casi “asegurada”) hacen que toda la importancia de la elección del 3 de noviembre se reduzca a un puñado de estados que aún están en disputa. (swing o purple states), que pueden volcar el colegio electoral hacia un lado o hacia otro y que se espera que se definan por márgenes acotados. Algunos analistas incluso consideran que la elección se definirá en 3 estados: Florida, Pennsylvania y Ohio. Si bien esto puede generar cierto “ruido”, hasta aquí la situación parece mantenerse dentro de las reglas de juego que los propios norteamericanos se han dado en su Constitución.

Ahora bien, hay una serie de situaciones que hacen que la cuestión empiece a moverse por terrenos más “grises”. En primer lugar hay que mirar la situación social que hoy atraviesa Estados Unidos. En un año muy marcado por la lucha de los derechos de los ciudadanos afrodescendientes y la brutalidad policial que este (y otros grupos minoritarios) sufren, la desigualdad racial se traduce también en el plano electoral. Es sabido que hace más de 5 décadas que el “voto afroamericano” se vuelca masivamente al Partido Demócrata. Ante esto, se pueden interpretar las complicaciones que este segmento social tiene para votar como una estrategia del GOP, que como a esta altura ya asume imposible conseguir su voto, enfoca sus esfuerzos en restringirlo. La “supresión electoral” como instrumento funcional a los intereses republicanos se puede ver a lo largo del país. Un claro ejemplo de esto es lo que ocurre en Florida (justamente el swing state más importante en el Colegio Electoral, hoy controlado por el GOP): las personas con antecedentes penales están inhabilitadas para votar aunque ya hayan cumplido su condena.

La pandemia podría “colaborar” a esta estrategia, funcionando como un factor disuasivo para que las personas accedan a los puntos de votación ya sea por estar infectados o por precaución. En caso de no poder hacerlo, existe la posibilidad del voto por correo. Sin embargo, en los últimos meses Trump se ha dedicado a poner la efectividad de este mecanismo en duda intentando que los electores que recurran a este medio sean la menor cantidad posible.

Por otro lado tenemos la cuestión de la Corte Suprema de Justicia. Tras la muerte de la jueza progresista Ruth Ginsburg el mes pasado, Donald Trump rápidamente se movió para intentar nominar una jueza conservadora y así obtener una mayoría en la Corte. De suceder esto, (se espera que sea entre esta semana y la próxima) sería la tercera nominación de Trump para la Corte, que quedaría 6–3 a favor de los conservadores. Esto podría cobrar gran relevancia en las elecciones. Toda la situación irregular que parece vivirse en torno al 3 de noviembre hace que no sea descabellado pensar en una posible definición de la elección en la SCJ, hecho que ya ocurrió en el año 2000 y que terminó con la elección del Presidente Bush (hijo). Con esto, la nominación de Amy Coney Barrett parece ser otra herramienta para los republicanos, que sabiéndose perdedores del voto popular y con escasas chances de ganar claramente el Colegio Electoral, podrían fijar su estrategia en la definición de la elección en el marco de las instituciones.

Made in USA

Desde sus inicios, Estados Unidos ha tenido vocación de imperio. Pero la novedad de este imperio es que se distinguía de todos los que habían existido: era un imperio de “libertad”, y como tal buscaba llevar la “civilización” a los pueblos “bárbaros”. Esta empresa comenzó, aunque disfrazada de “expansión” en lugar de imperio, en los territorios norteamericanos (expansión hacia el oeste, compra de Florida y guerras con México), algunos del Caribe (Puerto Rico) y el Pacífico (Filipinas). Sin embargo, fue a mediados del siglo XX cuando los Estados Unidos se lanzaron a la disputa global por la hegemonía. Uno de los medios utilizados para esto fue el de llevar los valores democráticos y esta forma de gobierno a todo el planeta, lo cual significó su irrupción en asuntos internos de varios países, principalmente periféricos, violando así el Derecho Internacional Público.

Estados Unidos ha cometido horrores humanitarios en nombre de “la democracia”. Por eso parece ser interesante ver cómo este “producto made in USA” y exportado a todo occidente y parte de oriente, hoy parece estar pisando su expiration date. No quiero decir con esto que se pueda prever una forma de gobierno diferente en ese país en el futuro cercano ni que sea un fenómeno que solo afecta a los norteamericanos. Lo que sí puede decirse es que la crisis de representatividad que hoy tiene EUA puede verse agravada tras las elecciones del 3 de noviembre, dando lugar a posibles modificaciones y reformas para un sistema que fue pensado para satisfacer necesidades y funcionar según parámetros de hace más de 200 años.

Por el momento, no podemos saber cuál será el resultado; cómo reaccionarán los candidatos, los partidos ni el pueblo al mismo; ni si esto será un turning point para modificar algunas cuestiones inherentes al sistema que, en pleno siglo XXI, para muchos sectores se vuelven urgentes. Solo podemos esperar que los comicios se desarrollen en paz y que el pueblo norteamericano pueda ser el que decida mediante su autodeterminación qué futuro quiere.

Fernando Prats

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